No fue truco de magia o ilusión óptica, fue el polvo del desierto del Sahara que llegó hasta la mayor nación del Caribe, hasta el oriente y hasta la ciudad de Santiago de Cuba, y quiso ocultar –y casi lo logra– el hermoso anfiteatro de montañas que rodea una de las urbes más hermosas del verde caimán.
Así vemos y vivimos los santiagueros intensas y calurosas jornadas esta semana cuando el polvo del desierto del Sahara se enseñorea en el oriente de Cuba, y miramos hacia arriba y descubrimos un cielo sin nubes, grisáceo, un horizonte desdibujado, muy pocos rayos de sol filtrados en la tarde y montañas que se hacían difícil de localizar.
Y no fueron sólo las partículas las que protagonizaron las noticias populares, también lo hizo el intenso calor. Se dice que en estas jornadas la sensación térmica hace que no pocos nos sentimos como pollitos en un gran asador, como diría una gran amiga, siempre que habla de Santiago de Cuba y sus altas temperaturas en el verano.
Los afortunados corrieron al aire acondicionado, al ventilador, a la playa, al balcón, o como diría otra gran amiga, salieron para la calle, pues el santiaguero vive más en las arterias citadinas que dentro de su casa y ubica las razones justamente en el intenso calor que siempre azota a esta región del oriente de Cuba.
La bruma del polvo del Sahara se hizo presente en El Caney, en Siboney, en Segundo Frente, en Contramaestre; en la ciudad de Santiago de Cuba descubrimos cómo logró borrar el horizonte, desaparecer construcciones y casi desdibujar las montañas, oscurecer el día, tornarlo gris…
En este gran anfiteatro que es la ciudad, de calles ondulantes, de pendientes que por momentos hacen temer se está en el borde del planeta, la bruma de este polvo también hizo de las suyas e hizo descubrir una urbe con cierres visuales a los que no estamos acostumbrados.
Aquellos que viven en edificios altos, en la cima de montañas, tuvieron asientos de primera fila para observar un fenónemo que, al menos este servidor de tan solo 34 años, no recuerda en la Capital del Caribe.
Así vimos los santiagueros la ciudad cubierta de polvo, jornadas donde la mascarilla –o nasobuco como decimos por estos lares– no solo nos protegió de las enfermedades respiratorias, sino que además, pensamos sirvió para mitigar todas las partículas que llegan al Caribe proveniente del Sahara.